Un viaje de ensueño por Egipto. Paisajes humanos, paisajes urbanos e incluso paisajes naturales que se quedan incrustados para siempre; pero también, un viaje al tercer mundo.
Con toda la prevención que como buen occidental lleva uno en la maleta, sorprende todo: caen los tópicos y reconforta la secular hospitalidad de las gentes del desierto.
Pero lo que más, o al menos tanto como las pirámides o el templo de Abú-Simbel... la calidez en los rostros de la mayoría: toda la gente -toda-, con la que nos hemos relacionado sonreía, te ayudaba y si podía, te escuchaba...todo ello en un entorno que nosostros, occidentales, miramos con estupor y con gran miopía; miopía que tan sólo les permite a muchos ver la suciedad, el caos y la ausencia de medios...y no la humanidad de sus gentes, humanidad que nosostros urbanitas occidentales no queremos reconocer que se nos cae de nuestros llenos bolsillos. Tal vez flota en el dinero.
